Chardin y las "heroínas"

Me deslicé en la tarde que presagiaba con sus grises nubarrones momentos nada agradables y sin embargo, Chardin me esperaba en el Prado. Había aceptado su invitación y él había preparado el mantel blanco, impoluto de brillante claridad. Tranquilo, sereno, puso ante mí deliciosas fresas salvajes, melocotones apetitosos o suculentas manzanas api junto a melones recién cortados y platos de caza de lo más sugerente en los que las liebres lucían ,aún muertas, vivas en su resplandor. Fuimos interrumpidos por su gobernanta que se dedicó a regañar a un niño travieso o por aquel otro que se dedicaba a crear pompas de jabón traviesas apoyado en el alféizar de la v entana, mientras su mujer, una elegante dama, tomaba el té en la habitación contigua. Fue tan magnífica esa tarde, que se despidió de mí, con esas cálidas tonalidades en sus mejillas ajadas por la edad, diciéndonos adiós a través de los cristales de sus gafas. Y luego, me encontré con estas "amigas" por las que un